lunes, 17 de septiembre de 2007

texto amarillo

Una expedición de cien mil chinos histéricos visitaba un inmenso campo de girasoles bajo la displicente y furibunda luz del sol. Al percibir que su territorio era invadido, los múltiples insectos de la zona reaccionaron con violencia: las cigarras –cuyo zumbido electrizaba el aire- intensificaron súbitamente su chirriante melodía, y las avispas –de colosales dimensiones todas ellas- exhibieron de inmediato el fulgor de su aguijón.
Víctimas del espanto, los cien mil chinos histéricos arrojaron por los aires sus cámaras de fotos y, antes de salir corriendo despavoridos, estallaron en un grito unánime que hizo resquebrajarse el cielo.

martes, 28 de agosto de 2007

el vacío

El vacío ha alquilado mi mente, y no quiere irse ni pagarme.

¿Cómo puedo echarlo? Tal vez metiendo cosas. Pero el vacío acabará por devorarlas. Tiene mucha hambre. Si le arrojo un pensamiento ajeno, se lo tomará para cenar. Si le lanzo un poema, lo atrapará de inmediato con sus afilados dientes y lo masticará hasta que desaparezca.

Lo bueno del vacío es que no ensucia demasiado mi territorio mental, más bien al contrario, lo limpia. En eso debo estarle agradecido, porque hay otros inquilinos, como la alegría o el miedo, que destrozan el mobiliario cuando aparecen.

lunes, 13 de agosto de 2007

la luz

En raras ocasiones al terminar un buen libro, ver una película fascinante, o presenciar algo deslumbrante (un paisaje imposible, una mente brillante, una belleza insoportable), me invade la extraña sensación de estar desperdiciando el tiempo, de fracasar en el intento de exprimir la esencia de la vida.

Es una luz cegadora, una atracción insoportable, el brillo del genio, como escuchar una música hipnótica que arrastra y embriaga, es sentir que la vida puede ser mucho más y el pasado es ciego, que se acaba de abrir una puerta tras la que todo puede ser nuevo, más libre, donde hay más aire para respirar.

En ese momento no hay dudas, y el único miedo que existe es dejar de mirar hacia la luz y perder ese tiempo mágico, especial, el momento de lucidez en el que no caben sombras ni temores. En el que vivir parece sencillo por un segundo, y todo es posible.

Como todo fuego que brilla con extrema intensidad, arde rápido, quema, deja huella, pero se desvanece, dejando el mundo en la penumbra. Y hace frío.

Bien merece una vida seguir a ese faro errático y caprichoso, persiguiendo la luz cegadora en el oscuro mar del tiempo.

lunes, 6 de agosto de 2007

soledad

Martes.
Llevo un mes durmiendo solo. Nadie se merece tanto frío. Paula ni siquiera me ha llamado para venir a recoger sus cosas. En vano sigo marcando su número cada mañana y cada noche. Nadie contesta. Cada vez que cuelgo el teléfono siento frío. El mismo frío que ahora congela mis pies bajo la inútil manta que ella me regaló. Me pregunto para qué sirve registrar por escrito mis lamentos. Las palabras salen del bolígrafo tiritando de frío. Pero al menos las palabras no están solas. Se tienen unas a otras y se acercan para darse calor. Ojalá yo fuera una palabra.

Miércoles.
Llevo un mes y un día durmiendo solo. La manta que compré ayer me ha proporcionado el calor necesario para dormir diez horas sin interrupción. El despertador me abofeteó hace quince minutos, pero no pienso ir al trabajo. El trabajo no está tan blando como la cama. No me importa que me despidan. En ningún lugar voy a estar más a gusto que abrazado a mi almohada. Esta suavidad sólo es comparable a la del sueño o la muerte. Creo que tomaré un somnífero para seguir durmiendo. Pero sólo uno.